Papas en Babilonia


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Papas en Babilonia

El Papa Bonifacio VIII, como Gaetani eligió ser llamado, murió en Roma el 11 de octubre del 1303. El cónclave Nº 13 se reunió aquí, en San Pedro, el 18 de octubre. Las facciones estaban divididas entre las familias Orsini y Colonna, que soportaban a Carlos de Nápoles, y los agentes del rey Fernando de Sicilia. El 22 de octubre un italiano pro-francés, hijo de un procurador, Nicolás Boccasini, surgió como Papa Benedicto XI. No perdió tiempo en abandonar Roma donde su vida estaba en peligro, pasando a Montefiascone y Orvieto, para instalarse en Perugia donde, en el mes de julio, a la edad de 56 años, fue asesinado con un plato de higos envenenados. 

El cónclave 14 se inició en el Palacio Arzobispal de Perugia y duró casi un año. Las presiones exteriores se hicieron intolerables. Se produjo una verdadera guerra civil entre las familias Gaetani, Orsini y Colonna. En el interior del cónclave los Colonna y los Orsini disputaban con los pro-franceses y los pro-italianos. El Rey Felipe de Francia presionaba sobre todos los cardenales. Los italianos proponían a tres de los cardenales de Bonifacio VIII. Los cardenales franceses, ahora más poderosos que los italianos, prometieron al Rey Felipe que conseguirían sacar adelante al arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, como candidato. Felipe hizo un arreglo personal con Bertrand de Got, que fue elegido en junio de 1305 como Papa Clemente V y fue coronado en Lyon (Francia). Debido al más auténtico miedo a morir, Clemente V nunca apareció por Roma. En lugar de esto, estuvo trasladándose durante tres años por las ciudades francesas de Lyon, Cluny, Burdeos, Toulouse y Avignon. Allí tenía el papado dos extensos estados (lo que actualmente es el departamento de Vauduse). En Avignon se creó una facción preponderante de cardenales franceses y siete papas sucesivos fueron franceses. Sabemos poco de los cónclaves de Avignon excepto que cada Papa que surgió era por sugerencia del rey francés de turno y que este hecho fue probadamente desastroso. 

Roma era la diócesis del Apóstol Pedro y se suponía que los papas eran sus sucesores. El pueblo cristiano se preguntaba porqué estaban en Avignon. Posteriormente, el desarrollo de las naciones europeas empezó a considerar (correctamente) al papado como un instrumento más de la política francesa en lugar de una institución internacional compartida. En el terreno temporal, los papas eran los señores ausentes de los vastos estados papales de Italia. En suma, la residencia de los papas en Avignon fue una herida más en el corazón de la cristiandad. 

Avignon es una región de colinas redondeadas que dominan llanuras secas y valles verdes de viñedos y huertos. Localmente se le conocía como el rincón del paraíso; el aire de la noche estaba perfumado con aromas de lavanda, jazmín, rosas, tomillo, romero y miles de flores silvestres. La ciudad de Avignon, en la confluencia de los ríos Rhone y Durance, era conocida por su arquitectura y su artesanía. Era muy pacífica comparada con la violencia, el odio y las rivalidades de Roma. Se comprende fácilmente que los papas quisieran ir allí y, además, quedarse. 

Pero con este acto, dejaron que el centro de la Cristiandad se colapsara. Ya no era el centro de la política, el comercio y las finanzas, por lo que Roma quedó a merced de ladrones, asaltantes, raptores y asesinos. Creció hierba en las calles y los conductos de agua se atascaron. El mármol, la madera noble tallada y la piedra de las iglesias abandonadas, ahora se arrancaba, se robaba para venderse. La vergüenza de Roma fue un escándalo para Europa. En el año del jubileo de 1350, unos cincuenta mil peregrinos que un día llegaron para rezar ante la tumba de San Pedro, se encontraron con vacas pastando en el ábside principal, deposiciones de perro en la cripta y, en toda Roma, la basura y los detritus de una población anárquica. 

Clemente V, que fundó obispados cristianos en India, Nubia, Abisinia, Marruecos, Basora y China mientras Roma comenzaba a declinar, falleció en el 1314 y fue sucedido por Juan XXII que se trasladó desde Avignon a Chateauneuf-du-Pape. Este Papa dejó unos 80.000 documentos que testimonian su interés internacional. Pero también “afrancesó” el Colegio de Cardenales, creando 33 cardenales franceses entre 1317 y 1332, y solamente cinco cardenales no franceses en el mismo periodo de tiempo. Por ello, el poeta Dante lo puso en el pozo de su “Divina Comedia”. 

Clemente VI, que sucedió a Juan XXII (tras el reinado de Benedicto XIII), compró la ciudad de Avignon por 80.000 florines de oro y construyó el “faraónico” Palacio de los Papas, que todavía existe, sobre un cimiento de roca denominado Nuestra Señora de las Cúpulas. Lo construyó como una fortaleza de murallas de cinco metros de espesor y almenas, torres y puentes levadizos, rodeado por otra muralla exterior almenada y flanqueada por ocho torres. Lo llenó con capillas, salones, salas (el comedor para banquetes tiene 55 metros de largo), apartamentos privados, oficinas de trabajo, almacenes, barracas militares y cuarteles para sirvientes. Todavía puede admirarse hoy el fresco con ninfas y cazadores, en el estilo más pastoral, que Clemente encargó para el dormitorio papal. 

Por un periodo de 72 años (1305 a 1377), los papas decoraron y enriquecieron este palacio con pinturas y otros tesoros artísticos. Los papas y sus cardenales amasaron una considerable riqueza y gastaron grandes sumas, obtenidas de los altos impuestos aplicados a los estados de la Iglesia en Francia e Italia. Cuando el cardenal Hugo Ranieri falleció en Avignon en el 1364, sus cofres personales contenían 22 bolsas con 500 florines de oro cada una y otras varias con miles de monedas de oro y de plata de Italia, Francia, Inglaterra y España. A la muerte del Papa Urbano V, su tesoro personal ascendía a 200.000 florines de oro (recordemos que la ciudad de Avignon, completa, costó 80.000).

Dante llamó a la corte papal “gasconum opprobium”, la vergüenza de Gascuña, en referencia a la nacionalidad de Clemente. Petrarca describió Avignon como “la fortaleza de la angustia, de luchas de furores, del pecado del vicio, la escuela del error, el templo de herejía, antes Roma, ahora la falsa Babilonia, la forja de mentiras, la prisión horrible”. La ciudad de Clemente y la corte de Avignon eran “el hogar del vino, las mujeres, las canciones, y de los clérigos que pecan”, como dijo Petrarca, “como si toda su gloria consistiera no en Cristo sino en banquetes y ninguna castidad”. “Los lobos”, gritaba el poeta Alvaro Pelago, “han pasado a ser los dueños de la Iglesia”. Santa Catalina de Sienna dejó establecido: “En la corte papal, que debería haber sido un paraíso de virtud, mis narices se llenan con los olores del infierno”. Las afirmaciones de Petrarca quedaron como la etiqueta que define a los años del papado en Avignon: “La cautividad Babilónica del papado”. 

Finalmente, en el 1367, la presión que provenía de toda Europa fue demasiado fuerte. Urbano V decidió en primavera regresar a Viterbo, Italia. En octubre ya estaba en Roma. Permaneció allí durante tres miserables años, tras los cuales él y sus cardenales, sintiendo nostalgia de Francia y de los lujos de Avignon con sus palacios y su cultura, volvieron allí el 24 de septiembre del 1370. Diez años después, con gran dificultad, Gregorio XI regresó definitivamente a Roma el 17 de enero del 1377. Los romanos encendieron el viejo San Pedro en su decrepitud con 18.000 lámparas de alegría y como bienvenida. El cardenal Albornoz dijo: “Veinte años más y los estados italianos de la Iglesia habrían perecido por completo”. 

A finales de marzo del 1378 se acercaba la muerte para Gregorio. Relataremos con detalle los hechos que sucedieron en aquellos meses de marzo y abril de 1378 pues, incluso hoy, son un diario curioso.  

18 de marzo: 

El Papa Gregorio XI, de 48 años de edad, el último Papa francés, está agonizando. Sus sirvientes dicen que parece un hombre de 95 años. Ayer, sus doctores casi le cubrieron con babosas, pero el dolor de su bajovientre y la hemorragia continúan. Hay el rumor de que desea regresar a Francia para morir en su castillo familiar (es el hijo del Conde Guillermo de Beauport) o en el Palacio de los Papas de Avignon, construido por su tío Clemente VI. Pero Gregorio está demasiado débil para viajar. El rumor continúa con que Gregorio está escribiendo una bula papal acerca de la próxima elección de papa.  

19 de marzo: 

La bula se publica. En ella Gregorio ordena: “Cuando muera, el candidato elegido por la mayoría será aceptado por todos”. Hay dieciséis cardenales en Roma, seis en Avignon y uno en Sarzana atendiendo un congreso. De los dieciséis que están en Roma, once son franceses, uno es español y cuatro son italianos. Gregorio teme que la minoría italiana imponga un candidato italiano. 

20 de marzo: 

                Todos los cardenales de Roma aseguran a Gregorio que aceptarán sus deseos.  

21 de marzo: 

Gregorio queda confinado en su lecho. El pueblo romano grita, haciendo demostraciones en su contra: “¡Queremos un romano! ¡Queremos un italiano!”. Los once cardenales franceses, así como el español, trasladan sus pertenencias a la fortaleza del Santo Ángel, que está bajo control francés.  

25 de marzo: 

Gran confrontación entre los cardenales por un lado y el Senador de Roma, sus magistrados, los capitanes del ejército, muchos clérigos y ciudadanos por otro. Estos últimos marchan en bloque hacia el Palacio del Santo Espíritu, para decir a los cardenales que deben tener un Papa romano. Al menos italiano. Nadie más podrá ser elegido como Papa a partir de ahora.  

27 de marzo: 

                Gregorio fallece entre grandes dolores durante la tarde de este día. Consagrado cardenal a la edad de 17 años, su vida ha estado siempre llena de sufrimiento. Su cuerpo es trasladado a San Pedro.  

28 de marzo: 

Los restos de Gregorio se llevan ahora a su propia iglesia de Santa María del Foro y son enterrados allí. Se tardará unos doscientos años en erigir un monumento sobre su tumba. Después de las ceremonias, los cardenales pueden, a duras penas, llegar sanos y salvos a sus palacios. El ambiente romano está muy enrarecido. El protocolo y el ceremonial requieren que durante nueve días acudan a la iglesia de Santa María para las ofrendas y los rezos matinales por Gregorio. En sus traslados siempre van escoltados por guardia armada.  

29 de marzo: 

La mayoría de los cardenales hacen planes en secreto para abandonar la ciudad de noche y llegar a salvo a Francia. Pero su plan se desbarata.     

30 de marzo: 

El cardenal de Eustachio y el arzobispo de Arles llenan la fortaleza del Santo Ángel con alabarderos bretones. Las autoridades de la ciudad de Roma aportan sus propias tropas (unos 6.000 soldados de a pie) desde Tivoli y Velletini, en las afueras de Roma. Todos los puentes y puertas de la ciudad se bloquean para que los cardenales no puedan escapar. No les queda más remedio que entrar en cónclave en el Vaticano.  

31 de marzo: 

Solamente “para asegurarse”, los cardenales vacían la sala del tesoro del Vaticano y envían su contenido al Santo Ángel.  

4 de abril: 

Hoy los cardenales se encuentran con un cadalso erigido, con verdugo y hacha, en las afueras del Vaticano. Una sutil advertencia a todos ellos: cualquier violador de sus obligaciones lo pagará con su vida. El Vaticano permanece rodeado por todas partes por la milicia.  

5 de abril: 

En el salón del Vaticano, se preparan cubículos por medio de cortinas, para que comience el cónclave.  

6 de abril: 

El salón, las separaciones y el mobiliario quedan dañados por la caída de un rayo. Los obreros reparan todo el conjunto. “Mal presagio”, dicen los romanos.  

7 de abril: 

Por la tarde, una vez concluidas las obras de reparación, 17 cardenales entran en cónclave: 4 italianos, un español y once franceses. La multitud en el exterior continúa gritando: “¡Un romano o un italiano!”. Dos posibles candidatos están a la cabeza de las expectativas: el infame cardenal Roberto de Ginebra y Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari.  

8 de abril: 

Roberto de Ginebra quiere ser papa. Los franceses no quieren un italiano (ni un romano). Los italianos no desean un Papa francés. Fuera se continúa gritando: “¡Un romano o un italiano!”. Hay disputas interminables entre los cardenales. Los franceses, liderados por Roberto de Ginebra, no quieren un Papa de Avignon, pero tampoco aceptarán a un romano: Tibaldeschi es demasiado viejo y Orsini demasiado joven. Tampoco hay otro entre ellos: Simón Borsano es de Milán, Pedro Corsini es florentino. 

En este punto, los capitanes del ejército romano entran en el cónclave y les comunican firmemente: “Exigimos a un italiano”. 

Parte de la multitud penetra en el salón de actos y lanza objetos contra los cardenales. Otros apilan materiales combustibles en la habitación contigua al cónclave y se disponen a prender fuego: ”¡Quememos a los traidores!” es el grito que se escucha. Todos los cardenales madrugan, cuando las campanas de todas las iglesias de Roma repican a la vez. Se ponen de acuerdo en que deben elegir un Papa cuanto antes. Para media mañana, unas 20.000 personan están girando alrededor del Vaticano. Todos los cardenales, excepto Orsini, eligen a Bartolomeo Prignano como papa. Cerca de las 11 en punto deciden no anunciar su elección todavía. Se sientan para tomar el desayuno. La multitud de fuera sabe a quién desean como papa. Rompen la puerta e irrumpen por la entrada principal del Vaticano. “¡Decidles que el cardenal Tibaldeschi (un romano) es nuestro elegido!” grita el cardenal Roberto mientras todos los cardenales buscan refugio en la cercana capilla “¡Eso nos dará algo de tiempo!”. Pero ya no hay tiempo. El gentío  ahora grita: “¡Mostradnos a nuestro papa!”. Roberto y los demás cardenales visten deprisa y corriendo al viejo Tibaldeschi con las ropas papales, mitra y túnica, le sientan en la silla papal y lo muestran a la multitud. Todos llegan hasta él para besarle las manos y los pies. Esto ya es demasiado para el anciano Tibaldeschi que se viene abajo y les descubre el engaño. Pero para entonces los cardenales ya han escapado: seis corrieron a la fortaleza del Santo Ángel; cuatro de ellos abandonan la ciudad y seis se encierran en sus poderosos palacios propios. La multitud grita ahora: “¡No tenemos un Papa romano! ¡Muerte a los traidores!”.  

9 de abril: 

La calma vuelve a la ciudad durante la noche y se entablan largas conversaciones entre las autoridades civiles y los restantes cardenales. Las autoridades aceptan la elección de Prignano y así se comunicará al pueblo de Roma. Nueve días más tarde, Prignano será consagrado Papa como Urbano VI. Él consagrará 20 nuevos cardenales. Cuando fallece en San Pedro el 15 de octubre de 1389, será descrito como “el peor de los hombres, el más cruel y el más escandaloso”. 

Inmediatamente después de su consagración como papa, se establecen divisiones que no se resolverán hasta años después, en el Concilio General de Constanza, cuyas conclusiones servirán para clasificar a los papas como “auténticos” o como “antipapas”. Dieciséis cardenales abandonan Roma para crear su propio cónclave en un lugar cercano llamado Fundi, donde eligieron a Roberto de Ginebra como Papa Clemente VII (el Concilio General de Constanza lo denominará “antipapa” Clemente VII), que regresa a Avignon.  

A la muerte de Urbano VI, en 1389, catorce cardenales inician el cónclave Nº 22 en Roma y eligen al cardenal de Anastasia, de 30 años de edad, como Papa Bonifacio IX. Poco después fallece el antiPapa Clemente VII en Avignon el 16 de septiembre de 1394 y, diez días después, sus cardenales comienzan un “anticónclave” y eligen al español Pedro de Luna como Benedicto XIII. En Roma, Bonifacio IX muere en octubre de 1404. El cónclave Nº 23 se reúne el 12 de octubre. Los nueve cardenales están divididos en facciones entre los Guelfs, los Ghibellines, los Colonnas y los Orsini, todos ellos nobles romanos. Cada uno de los candidatos ha prometido que renunciará al papado (caso de ser elegido) si esto ayudara a remediar la división de la Iglesia. Cinco días de cónclave tienen como resultado a Cosimo dei Migliorati como Papa Inocencio VII. Cuando éste muere, menos de dos años después, el cónclave Nº 24 (con 14 cardenales romanos) elige al veneciano de 80 años Angelo Corra como Papa Gregorio XII, el 3 de noviembre de 1406. 

En marzo de 1409, los cardenales del antiPapa Benedicto XIII y algunos del Papa Gregorio XII se reúnen, deponen y excomulgan al Papa Gregorio y al antiPapa Benedicto y eligen a un nuevo antipapa, Alejandro V. Ahora hay dos antipapas y un papa. Gregorio XII huye de Roma en busca de seguridad, así que el antiPapa Alejandro puede ir a Roma. Los tres reclamantes reúnen sínodos en marzo del 1410: Gregorio XII en Cividale, el antiPapa Alejandro en Roma y el antiPapa Benedicto XIII en Perpignan, en los que cada uno condena a los otros dos. Alejandro V muere (envenenado) el 17 de marzo y le sucede el antiPapa Juan XXIII, Baldassare Cossa, que suministra un ejemplo del peligro fatal en que la Iglesia romana estaba cayendo.

 


Toda la documentación utilizada en esta página está basada en la obra "The decline and fall of the roman church" (1981) del escritor y sacerdote Malachi Martin, en la traducción al castellano de Ignacio Solves.